Esta página está dedicada al amigo-poeta, Salvador Damián Velázquez Martín. Murió joven, a los treinta y cuatro años de edad, en el año 1997. Incluiré en ella poemas que siempre me gustaron. Si quieres colaborar me puedes enviar poesías de tu cosecha o que te gusten, las publicaremos.
Ayer estaba mi amor
Soñar la lluvia lenta cuando cese el viento.
Este viento infernal que dobla ramas,
que hace tiritar los nidos en el huerto,
que hace levantar las tejas de las casas.
Es amante dolorido. Es el viento
que hace adormecer de frío la mañana.
En el brocal del pozo suspira. Su lamento
son los ayes de las piedras y del agua.
Surca el viento su silbo lastimero.
En las viejas encinas se derraman
los susurros de voces en el cielo:
palpitares de penas y de ascuas.
Como mi soledad, buscas silencios.
Como mi corazón, tienes nostalgias.
Cuando la lluvia venga tendrás, viento.
Respiro de luchar en la batalla.
Y soñar la lluvia lenta cuando cese el viento.
La lluvia que hace lánguidas y lentas las mañanas.
Lluvia de amor. Mecer del llanto lento
que anega mis mejillas y me escarcha el alma.
De Aparcería. SALVADOR VELÁZQUEZ MARTÍN
De Aparcería. SALVADOR VELÁZQUEZ MARTÍN
Como aquella nube blanca
Ayer estaba mi amor
como aquella nube blanca
que va tan sola en el cielo
y tan alta,
como aquella
que ahora pasa
junto a la luna
de plata.
Nube
blanca,
que vas tan sola en el cielo
y tan alta,
junto a la luna
de plata,
vendrás a parar
mañana,
igual que mi amor,
en agua,
en agua del mar
amarga.
Mi amor tiene el ritornelo
del agua, que, sin cesar,
en nubes sube hasta el cielo
y en lluvia baja hasta el mar.
Y el agua, aquel ritornelo
de mi amor, que, sin cesar,
en sueños sube hasta el cielo
y en llanto baja hasta el mar.
De Versos y oraciones de caminante. LEÓN FELIPE
QUÉ alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías
-azogues, almas cortas-, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enagenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.
De La voz a ti debida. PEDRO SALINAS
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
De Los heraldos negros. CESAR VALLEJO
Unas gotas de fresca agua
sobre mi remoto prado
que, ya tan pisoteado
por la gente que te busca,
tiene silenciosos pájaros
que de noche vuelan bajo
entre ramas rotas, mustias.
Brillan dos toritos negros,
con la lluvia plateados,
que se mueven agitados
iluminando mi cielo:
el ruiseñor y su canto,
arroyo con árbol claro
en tu mirada de miedo.
De Siempre. DAMIÁN GÓMEZ SARMIENTO
No hay comentarios:
Los comentarios nuevos no están permitidos.